5 de agosto de 2012


(En un restaurant de Estados Unidos... )
... Un cuarto de hora después, la puerta principal se abre con más ruido que de costumbre, y entran, todas juntas con risas y excamaciones, ocho, diez, quince, personas.
-Los uruguayos - murmura José(el camerero), y se adelanta a recibirlos-. ¿Los señores son los uruguayos?
- ¡Si! - responde un coro de por lo menos siete voces.
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- Eso es lo que tiene de extraordinario este país. Es bueno hasta en lo que no tiene. Los vinos de California son mediocres, es cierto. Pero usted puede comprar aquí cualquier vino, de cualquier parte del mundo. Ayer mismo, compré una botella de Tokaj, que como ustedes saben es un vino comunista. Eso es amplitud. ¿Ustedes se dan cuenta de lo que significa que Estados Unidos permita que aquí se vendan vinos comunistas?
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- Yo pregunto- dice en el otro extremo de la mesa Sofía Melogno -:¿por qué seremos siempre tan contreras, por qué estaremos siempre buscándoles defectos a los Estados Unidos, siendo como es un país maravilloso? Además, aquí la gente trabaja de veras, de la mañana a la noche, y no como en Montevideo, que salimos de una huelga para entrar en otra. Es doloroso, pero hay que reconocer que entre nosotros el obrero es la chusma. Aquí no, aquí el obrero es un hombre consciente, que sabe que su salario depende del capital que le da trabajo, y por eso lo defiende. ¿Me quieren decir quién en el Uruguay trabaja de la mañana a la noche?
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- Eso es lo único que falta. Que las muchachas de buena familia nos pongamos de oficinistas. Un modo como cualquier otro de perder la femineidad.
- Todo depende señorita. A veces la mujer tiene que elegir entre morirse de hambre o perder la femineidad.
- Seré curiosa: ¿usted es comunista?
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- ¿Y está contento? Quiero decir contento consigo mismo.
- Bah, tanto como contento. Llega un momento en que hay que decidirse: o se sigue fiel a los principios o se gana plata.
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- Nada, no producimos nada - le dice Reinach a Gabriela Dupetit - ¿Cómo quieren que los capitalistas norteamericanos hagan incursiones en nuestro país, si no producimos nada? Para invertir, tiene que existir alfo como el milagro alemán. A mí me hacen gracia esos intelectuales de café, que siempre están reclamando más independencia en política internacional. A mí lo que me importa es el negocio. Y como comerciante, le aseguro que no me afectaría en absoluto que el Uruguay fuera menos independiente de lo que es, y llámele como quiera a esa falta de independencia: estado asociado, área del dólar, o más francamente colonia. En el negocio, la patria no es tan importante como en el himno, y a veces el comercio funciona mejor en una colonia que en una nación aparentemente independiente. (...) Debo aclararle que para mí hay una sola patria: el concepto de empresa privada. Donde ese concepto no exista, a ese país lo borro del mapa. De mí mapa, al menos.
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- Nunca acabaré de entender el problema de los puertorriqueños. Primero, eso de Estado Asociado suena feo. El precio de la dignidad nacional son tantos y cuántos dólares. Da la impresión de una venta colectiva. Y después, con el anzuelo de la libre entrada a los Estados Unidos, lo que ganan es esto: vivir amontonados en una sola pieza y trabajar como burros para que les paguen menos a cualquier norteamericano. No, no lo entiendo.
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- ¿No le gustan los dólares? - Pregunta Angélica Franco a Claudio Ocampo
- ¿Y a quién no?
- A mi me encantan. Además me parece fantástico que todos sean del mismo tamaño: el billete de un dólar igualito al de cien. ¿Cómo no van a ser dueños del mundo si tienen unos billetes tan lindos?¿Quién puede resistirse? Si a usted lo quisieran comprar, Ocampo, ¿Podría resistirse? Pues yo no. A mi me muestran un dólar y todas mis defensas se derrumban. ¿Por qué será eso?
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- Nosotros tenemos una filosofía de tango - continúa imperturbable el dueño de la mano -. La mina, la vieja, el mate, el fútbol, la caña, el viejo barrio Sur, mucha sentimentalina. Y así no se va a ninguna parte. Somos blandos, ¿entendés? Fijate que hasta nuestros guardias de honor se llaman los Blandengues. Somos eso, blandengues, y en cambio hay que ser duros, como son estos tipos. Al negocio y se acabó. Lo que sirve, sirve, y lo que no sirve, no sirve.
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- (...) Pensar que aquí, en el Norte, tenemos este ejemplo y nos damos el lujo de ignorarlo.
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- Yo no pienso regresar al Uruguay
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- (...) ¿Sabe qué es lo más indicado para curar la nostalgia? El confort. (...) Esta sensación de que usted aprieta un botón y el mundo le responde. ¿No cree usted que aquí la vida es maravillosamente mecánica? El otro día, alguien, un mexicano creo, me decía, nada más que con el ánimo de arruinarme al digestión: "Sí, todo es maravillosamente mecánico, pero, ¿no ha pensado usted cuántos miles pasan hambre en el resto de América para que los norteamericanos puedan apretar su botón?" Pero le aseguro que no me arruinó la digestión, porque yo le dije... ¿Sabe lo que le dije? Jaja. Lo miré fijo y le contesté: "¿Y a mí qué me importa?"
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- Nuestro error viene de muy lejos. Arranca desde el colegio. Esa falta de religiosidad, esa educación inexorablemente laica. Además, toda esa serenata de que el niño se exprese libremente. Buenos moquetes me daban a mí cuando iba a la Escuela Francia. Ahora, si una maestra le tira de la oreja, nada más que de la oreja, a uno de esos infanto-juveniles que pueblan Primaria, inmediatamente le levantan un sumario.
-(...) Eso me gusta de este país: aquí sí está Dios en todo. En la enseñanza, en la Constitución, en la discriminación racial, en las fuerzas armadas. Estados Unidos es un país fundamentalmente religioso. Nosotros en cambio somos un país fundamentalmente laico. Por eso somos incoherentes. Dios une; el laicismo separa.
[...]
- Como buen periodista que es (...) ¿ qué va a contar de todo lo que está viendo?
- (...) Periodísticamente hablando, hay que ajustar a los Estados Unidos que vemos a los Estados Unidos que llegan a Montevideo en las películas de Hollywood. 

Fragmentos del capítulo 1 de Gracias por el fuego, de Mario Benedetti.

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