Un tramo en bondi, otro trecho en subte y después combinación con el premetro. Una frase en el boleto y el repaso de los juegos preparados. Cada viernes al llegar al barrio Ramón Carrillo nos adentramos en una realidad distinta. Caminamos por sus calles de tierra con la basura desparramada por todos lados. Los perros nos ladran desde casas a medio construir. Grupos de adolescentes, quizás padres y madres muchos de ellos, escuchan reggaetón en una esquina. Y por todas partes chicos jugando, caminando, volviendo de la escuela.
Llegamos al comedor de María, corremos las mesas y vamos preparando el lugar para empezar a jugar. O quizás esta vez, vayamos a la plaza donde se juegan los partidos con más fuerza que los del mundial.
Se acerca Andrea, una madre solo un poco más grande que yo, y comienza a hablar. Los tatuajes, el boliche, los bebes, el paco, los enfrentamientos con la policía, la violencia familiar. Todo puede llegar a aparecer con total naturalidad en sus relatos. Pareciera que todo puede llegar a pasar acá en Carrillo, o en cualquier otro asentamiento de Buenos Aires, donde el gobierno se olvidó -o más probablemente no le importó- revisar las condiciones en las que vive la gente, en las que se crían los niños. El futuro de la humanidad dicen, yo solo veo desinterés y descuido.
Miro a mí alrededor y ya está formada la ronda. Se juntaron varios chicos de las más variadas edades, que entre gritos y empujones se disponen a jugar, a buscar un espacio, a encontrar por un rato nuevos desafíos y nuevas realidades, quizás un poco más acordes a su edad.
Probablemente el alfajor de la merienda del viernes no saque el hambre, probablemente ese dibujo con crayones no le de otro color a sus días, quizás los juegos no transformen su realidad, quizás los viernes no cambien nada. Pero el abrazo de despedida y la sonrisa de esos chicos, yo me los guardo y me los llevo, en premetro, en subte y en bondi.
Llegamos al comedor de María, corremos las mesas y vamos preparando el lugar para empezar a jugar. O quizás esta vez, vayamos a la plaza donde se juegan los partidos con más fuerza que los del mundial.
Se acerca Andrea, una madre solo un poco más grande que yo, y comienza a hablar. Los tatuajes, el boliche, los bebes, el paco, los enfrentamientos con la policía, la violencia familiar. Todo puede llegar a aparecer con total naturalidad en sus relatos. Pareciera que todo puede llegar a pasar acá en Carrillo, o en cualquier otro asentamiento de Buenos Aires, donde el gobierno se olvidó -o más probablemente no le importó- revisar las condiciones en las que vive la gente, en las que se crían los niños. El futuro de la humanidad dicen, yo solo veo desinterés y descuido.
Miro a mí alrededor y ya está formada la ronda. Se juntaron varios chicos de las más variadas edades, que entre gritos y empujones se disponen a jugar, a buscar un espacio, a encontrar por un rato nuevos desafíos y nuevas realidades, quizás un poco más acordes a su edad.
Probablemente el alfajor de la merienda del viernes no saque el hambre, probablemente ese dibujo con crayones no le de otro color a sus días, quizás los juegos no transformen su realidad, quizás los viernes no cambien nada. Pero el abrazo de despedida y la sonrisa de esos chicos, yo me los guardo y me los llevo, en premetro, en subte y en bondi.
I LIKE IT A LOT!
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