Una ronda grande, bien grande, que anticipa
el final. El final de un viaje, de un encuentro, de días de sonrisas y
aprendizajes. De a poco los murmullos y las risas se van apagando y se hace el
silencio. Todos se miran y buscan a aquella persona que será la primera que quiebre
el silencio, que supere el nudo en la
garganta, que permita que sus palabras digan apenas algo de lo que siente su
cuerpo. Y no se necesitan demasiadas oraciones, porque todos sienten algo
parecido. Todos saben el valor de esa experiencia, todos comprenden esa
sensación de alegría y a la vez de tristeza, todos comparten ese cariño que
cada día se hace más grande. Algunos con las cabezas gachas esconden apenas las
lágrimas. Otros alzan bien alto los ojos y buscan nuevas miradas, captan cada
gesto y lo guardan en su memoria. Las manos se entrelazan bien fuerte, y no
importa si es en el patio de la escuela o en el hall de un edificio, porque la
amistad es siempre la misma. Y no importa quiénes son los que parten y quiénes
los que quedan, porque todos mantienen la esperanza de una próxima ronda,
que no importa dónde sea mientras siga siendo grande, bien grande.
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